Nicoletta Ceccoli
Permanecíamos en un duermevela desde que decidió que aquel habitáculo sombrío y oscuro, fuese nuestra morada, hasta que llegase el día; o bien de destruirnos, o sacarnos a la luz y nos dejase volar sin prejuicios ni ataduras
De repente, casi con timidez, notamos como se deslizaba el cajón. Una luz cegadora iluminó la estancia. Nos espabilamos enseguida. Algo raro ocurría.
Una mano temblorosa y dubitativa hurgaba buscando sabe dios qué. A todos nos zarandeó de un lado a otro, de arriba abajo, de abajo arriba, tal vez porque no encontraba lo que quería, o, dudaba por cual decidirse.
Todos queríamos ser elegidos. Aunque ella no nos oía, gritábamos: ¡A mí, elígeme a mí! Pero haciendo oídos sordos seguía su búsqueda. Tenía las ideas fijas y sabía bien a quien buscaba.
Todos queríamos ser elegidos. Aunque ella no nos oía, gritábamos: ¡A mí, elígeme a mí! Pero haciendo oídos sordos seguía su búsqueda. Tenía las ideas fijas y sabía bien a quien buscaba.
Cuando noté el tacto de su mano, creí estar soñando. ¡Me ha elegido a mí!-pensé-. Entre todos los que habitamos desde hace tiempo, ¡me ha elegido a mí!
Lo que yo ignoraba, era el lugar que me tenía reservado, exponerme ante el mundo tras la pantalla de un artilugio frío, donde un sinfín de observadores entran y salen en un jubileo constante.
Quedé triste al verme encerrado de nuevo. Hubiese preferido ser llevado a un folio junto a compañeros que corrieron mejor suerte, y volar como los pájaros y las mariposas, descansando en regazos y acariciado por infinidad de manos. Si, ya sé, que eso ha quedado obsoleto y prefieren una pantalla. En fin, tendré que resignarme, peor era vivir en la oscuridad.
Kety Morales