Hoy 11 de septiembre, fecha inolvidable, como tantas otras por la barbarie.
Me dieron opción a dos salidas. - ¿Cuál eliges? - dijo una vocecilla del interior- ¿la izquierda, o la derecha? Sin saber bien por qué, elegí la izquierda. Intuí que era la más apropiada para mí. Aunque después descubrí, que por las dos salidas habitábamos igualmente
Y allí estaba yo, diminuta, transparente, indefensa. En el umbral de lo que sería con el tiempo, un hueco cóncavo. Dispuesta a descubrir toda clase de emociones.
Reconozco que llegué en un momento crítico. Dudo si mi llegada sería oportuna. Justo en ese momento oí gritar: -¡Empuje! ¡Empuje! – gritaba la comadrona vestida con una bata y gorro verde – imagino, que por eso de la “esperanza”
Quedé inmóvil, asustada, sin saber por donde tirar. De nuevo se escuchó: ¡Empuje! ¡Empuje! ¡Está a punto!
Ella levantó su cabeza bruscamente, y caí en su mejilla. Aquello para mí, era un páramo inmenso. Movía su cabeza de un lado para otro, conteniendo el dolor. Con su movimiento me sentí protegida, creí que me acunaba. Después sentí miedo de caer en el vacío, pero no. Fui a parar a su pecho, una especie de montaña para mí. O... fuente de vida. Digo esto, porque del pezón brotaba una “agüilla” blancuzca, donde juntas, rodamos hasta su vientre. Allí me detuve. ¡Sentí una sensación inexplicable! En su interior, algo latía y se movía sin parar. Por unos momentos sentí mareos de tanta palpitación. Fueron las manos de una enfermera, las que me apartaron, yendo a parar a la ingle.
¡Dios! Desde allí observaba algo inaudito. ¡era impresionante! No estaba segura de poder soportar tal acto. Pero me envalentoné. Aquello, merecía la pena.
De nuevo los gritos de la matrona insistiendo: ¡Empuje! ¡Empuje cuando yo le diga! Si lo hace bien, acabaremos enseguida. No sabía bien a qué se refería. Mientras, yo, aguantaba suspendida entre el pliegue de la ingle. Deduje que era el nacimiento de la vida, y no quería perdérmelo.
Tras las palabras de, ¡empuje! Un chorro de sangre y porquería me cegó. Cuando quise reaccionar, sentía el llanto de un niño, y las palabras temblorosas de la madre, preguntando: “¿Está bien? ¿Está completo? ¡Dígame la verdad!” Y cómo la comadrona le contestaba: - ¡Sí! Está bien. Es un niño precioso. Tranquilícese.
Me movía de un lado para otro, tratando de ver la nueva vida. No había forma. Estaba rodeada de sangre, porquería y toallas.
Una enfermera se acercó. Disparó un chorro de agua, y fui a caer al suelo.
Allí, creo que inconscientemente, todos me pisotearon, médicos, enfermeras, familiares. Me sentí humillada. Nadie se percató del llanto de una pobre e indefensa lágrima. Intenté chillar. Fue inútil, con tanto alborozo, nadie me oía
Cuando todos marcharon, y la habitación recobró la calma, llegaron dos señoras muy dicharacheras, de bata azul, con cubos y bayetas en la mano. Mientras una limpiaba los utensilios, otra, se ocupaba del suelo. No paraban de contarse sus aventuras del fin de semana.
Traté de huir. Una de ellas me atrapó y me arrastró injustamente por la habitación. Intentaba gritar, pero mi voz era acallada por una fregona que arrastraba incesantemente de un lado para otro. No entendía por qué me trataban así.
Era una lágrima pequeña e inofensiva. A veces triste, a veces alegre, a veces tierna, a veces... No debió oírme. Me arrastró hasta el cubo. Una vez allí, se dirigió al cuarto de baño. Mientras canturreaba, levantó la tapa de la letrina, arrojándome con fuerza. Después, oí caer la tapa como una losa. Yo, gritaba: ¡sacadme de aquíííí¡ nadie escuchó mi súplica.
Oí el tintineo de un cadena...
...Una tromba de agua me deslizó por un túnel infinito
Kety Morales Argudo
2000 (2001)