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15 nov 2007

LA PERRITA DULCI






Hola, soy Dulci
Si pedís una mascota a los Reyes Magos
¡¡Por favor!! NO LA ABANDONEIS DESPUÉS.




Eran las fiestas de Navidad, todos los niños soñaban con la llegada de ese día mágico, el día de los Reyes Magos.
Sabrina también estaba impaciente porque llegase ese día, había pedido un perrito, muñecas y unas cuantas cosas más.
En una perrera, no muy lejos de su casa, una perra paría cuatro perritos preciosos, a decir verdad, tres perritos y una perrita. Cómo la perrera no era el lugar más apropiado para unos cachorros, decidieron darlos en adopción. Los Reyes Magos se enteraron del acontecimiento, y acudieron a la perrera para hacerse cargo de los perrillos. Habían recibido varias cartas de niños pidiendo perritos, y ellos se encargarían de cumplir sus sueños.
Dulci fue a parar a casa de Sabrina. Los padres de Sabrina no eran muy amantes de los animales, pero, incapaces de negar un capricho a su hija.
El día que llegó Dulci a casa de Sabrina, fue un festejo por todo lo alto. Muñecas, chucherías..., ¡y ella! No hay que olvidar que era el día de los Reyes Magos. Sabrina creía vivir un sueño. ¡Había soñado tantas veces con él…! ¡Los Reyes Magos le habían traído el perrito! ¡Era fabuloso! Sabrina estaba cómo loca, no sabía donde acudir, si jugaba con las muñecas, no hacía caso a Dulci. ¡Qué lío! ¡Es lo malo de tener tanto! ¡Claro, que, Dulci era lo primero!
Por fin llegó la noche y la casa recobró la calma. Dulci durmió en una cesta enorme que le habían preparado de cama. En el silencio de la noche, Dulci se sentía triste ¡No la trataban mal, la habían recibido muy bien! pero echaba de menos a su madre. Le habían dado leche en un biberón, pero, ¡no se podía comparar con la teta de mamá! Echaba de menos el calor de su cuerpo, pues se dormía acurrucada junto a ella. Día a día, Dulci fue acostumbrándose a las normas que le imponían.
Dulci había notado que a Andrés, el padre de Sabrina, no le hacía mucha gracia su presencia. Jamás le decía algo cariñoso y la miraba con indiferencia. Elvira, la madre, refunfuñaba de vez en cuando, sobre todo cuando tenía que asearla y atenderla en sus necesidades. Dulci, cómo todos los animales, muy inteligente, se dio cuenta, y trató de aprender con rapidez, para evitar molestias. Sólo Sabrina era cariñosa: su labor consistía en jugar con ella, y eso, es lo más divertido.
Para ganarse el cariño de Andrés, Dulci le esperaba todos los días a la llegada del trabajo con sus zapatillas en la boca. Este gesto terminó por enternecer a Andrés, y le permitió que se acurrucara a sus pies.
Para ganarse la simpatía de Elvira, procuraba ensuciar lo menos posible. Había notado que eso, era lo que más la irritaba. Al final consiguió las caricias de Elvira.
-¡Qué suerte! Había conquistado a toda la familia -pensaba Dulci.
Transcurría el tiempo. La vida de Dulci era tranquila y apacible. Ya había pasado lo peor.
***
Se aproximaban las vacaciones de verano. Aquel día Dulci entró en el salón y vio a toda la familia reunida. Hablaban..., algo referente a las vacaciones, nombraban la playa, hoteles, y..., “sobre animales”. Las caras que tenían no eran muy sonrientes. Aquello la dejó algo pensativa; a partir de ese día ya no la trataban igual, notó un distanciamiento, y no sabía por qué.
Por fin llegó el día que se marchaban de viaje, Dulci al ver los preparativos y las maletas, sintió una alegría enorme. Andaba de un lado a otro de la casa, moviendo su rabito. Pero había algo en el ambiente..., Dulci se acurrucó al lado de las maletas ¡por lo que pudiese ocurrir! Trataba de no quedarse dormida para más seguridad, pero el sueño la venció.
En sueños, Dulci se vio jugueteando por la playa, corriendo de un lado a otro junto a Sabrina. ¡Cómo se divertía cuando el agua llegaba a la arena mojando sus patitas! ¡Si Sabrina hacía un castillo de arena, ella lo guardaba para que nadie lo destruyese!
En uno de sus paseos por la playa, vio que Sabrina se adentraba hacia el mar. Dulci ladraba y ladraba. ¡Guau, guau, guau…!, para que Sabrina regresara; pero Sabrina se adentraba cada vez más y más, y no la oía. Dulci, desesperada, viendo como Sabrina se alejaba de ella, sin pensarlo, fue en su busca. Una ola enorme llevó a Dulci al fondo del mar. Dulci nadaba incansable buscando a Sabrina ¡pero no la veía! ¡Cuántas cosas había en el fondo del mar! –pensaba Dulci-. ¡Qué maravillas! ¡Cuántos peces, y de cuántos colores!
Un grupo de pececillos que se cruzaron con ella, la miraban extrañados de verla por allí. No era habitual ver una perrita en el fondo del mar. Sonrieron y siguieron su camino. Dulci estaba agotada de nadar y ya no sabía donde mirar. La noche empezaba a caer. Un pez grandote que se dirigía a su guarida la miró. Dulci no entendía esas miradas tan extrañas, lo que sí empezó a notar, era un cansancio y un temor porque la noche se echaba encima y sus patitas le empezaban a fallar. Cuándo más asustada estaba, llegó un delfín precioso, que, acercándose a ella, la cogió suavemente y la llevó hasta la playa.
Al llegar a la orilla, Dulci abrió los ojos... ¡Guáuuu! ¡Menos mal que ha sido un sueño! ¡Qué pesadilla! – pensó. Se despertó justo en el momento que empezaban a cargar las maletas en el coche. Dulci no se perdía ningún movimiento. ¡Para arriba! ¡Para abajo! ¡Qué trajín! ¡Cuántos bultos llevaban!.Dulci se acercó a un árbol a hacer sus necesidades. Aprovechando ese momento, Andres, Elvira y Sabrina se subieron al
coche dejándola abandonada. ¡No podían llevarla! El hotel al que iban no admitía animales. Sabrina se marchaba muy triste, pero ella no podía hacer nada ante la decisión de sus padres.
Dulci corrió y corrió tras el coche, pensando que no se habían dado cuenta de su ausencia, y esperó a que regresaran por ella.
-No me moveré de aquí -, pensaba Dulci -, menudo disgusto se llevarían si al volver no me viesen. Dulci continuó esperando.
Pasaban las horas y nadie iba a recogerla. Su mirada se volvió triste. Para distraerse, comenzó a girar alrededor del árbol. Un grupo de niños la sonrieron al verla. Ella no hizo caso y siguió jugando para que el tiempo se le hiciese más corto.
Delfina era una señora de mediana edad. Acostumbraba a pasar por allí. Delfina miró a la perrita. Dulci la miró también. Algo notó en sus ojos que le era familiar. Delfina siguió su camino, pensó que sus dueños estarían cerca, y sin más se marchó.
Al día siguiente, Delfina pasó de nuevo por el lugar, y su sorpresa fue, cuando encontró a Dulci acurrucada junto al árbol, triste y decaída. Esto ya no le gustó a Delfina, pero por miedo a obrar mal, esperó un día más. Esa noche Delfina no pudo conciliar el sueño pensando en Dulci. Apenas amaneció se dirigió al lugar donde dejó a la perrita. Allí la encontró desmayada. Comenzaba a tener el aspecto de un perro vagabundo. Delfina no lo pensó más, cogió a Dulci en sus brazos y la llevó a su casa; la bañó y preparó unas sopas de leche caliente, que Dulci se comió hasta el final, ya que llevaba unos días sin comer. Aseada y con el estómago lleno, Dulci se quedó plácidamente dormida. Al despertar, miró a su alrededor, comprobó que esa casa no era la de Sabrina. Echó una ojeada por todas partes, allí no había niños. La casa estaba un poco triste. Volvió junto a Delfina y junto a ella se acurrucó. Delfina la acarició suavemente para tranquilizarla. Dulci comprendió que había ido a parar a una casa donde se respiraba cariño.
Dulci recordó el sueño tan extraño que había tenido unos días antes, parecía cómo si todo tuviese similitud. ¿O era simple coincidencia? ¡Qué más da! Había encontrado en Delfina todo lo que un animal puede desear: comida, cariño y buen trato, cerró sus ojillos y siguió durmiendo.

 Premiado en el VII certamen de cuentos: CEPA:  DON JUAN I en el 2007
Libro "Los cuentos de la abuela"
Kety Morales Argudo
1999

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