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14 nov 2007

CUQUÍN Y SU AMIGO DEL LAGO













Vivía junto a sus compañeros. Era introvertido, prudente y muy respetuoso hacia los demás. Quizá por eso, a veces pecaba de ser un poco tontico, como solían llamarle de vez en cuando.
En realidad él no era así. Había sido siempre alegre, dicharachero, extrovertido y afable. No recordaba exactamente cuando cambió. Seguramente fue a raíz de...
Una mañana de primavera, Cuquín se encontraba en su rama, viendo como sus compañeros se desplazaban de un lado a otro, y observó a un grupo, que, entre bromas y risas, criticaba sin escrúpulo alguno, a un amigo. ¡Eran tantas las injurias y atrocidades que contaban! Cuquín pensó, que no merecía la pena tener amigos para eso.
Cuquín se sintíó triste. Necesitaba alguien en quien confiar. Quería convencerse de que no todo el mundo era igual. Le dio vueltas y vueltas a la cabeza. Debía emprender un viaje. Estaba seguro que, en algún lugar del mundo, encontraría un amigo de verdad.
Una mañana madrugó y emprendió el vuelo. Como único equipaje, la ilusión. Voló y voló incansable. Se hizo de noche y perdió el rumbo. Cuando amaneció, se encontró en un país donde hacía mucho frío. Echó una ojeada para orientarse y pensó: “¡Caramba, caramba, he llegado hasta Moscú!” Lo reconoció por la catedral de San Basilio, famosa por sus cúpulas en forma de cebolla.
- Ya que he llegado tan lejos – se dijo a sí mismo- , debería conocer alguna ciudad más. Y marchó a San Petersburgo. Había oído hablar maravillas. Le hubiese gustado quedarse un tiempo allí. Sus jardines, su famoso canal, sus monumentos... Pero Cuquín, observó algo que ocurre en muchos países y no le agradó. Los ricos eran muy ricos, y los pobres muy pobres. En el ambiente, tal vez, por el idioma o la temperatura, se respiraba un clima hostil. Además, sus alas estaban a punto de congelarse. Realmente no era el sitio más adecuado para encontrar un amigo. Con el frío que hacía, no era de extrañar que nadie se detuviese a hablar.
Cuquín voló hacia a Inglaterra. En Londres, El clima, algo más cálido, no terminaba de convencerle. Eso de que lloviznara a cada momento no le gustaba.
Le habían hablado de Trafalgar Square. Se acercó hasta allí. Se posó en el hombro del almirante Nelson. Vio la plaza repleta de semejantes de diversas nacionalidades, aunque nadie hablaba con nadie. Visitó el Palacio de Buckingham, pasó bajo el Arco del Almirantazgo, quedó embelesado con el Big Ben. En Piccadilly Circus se posó en la estatua de Eros. Desde ella observó grupos deambulando, expectantes ante el lujo de los comercios. Tampoco allí encontró un amigo.
Incansable en su búsqueda. Cuquín voló a París. Se posó en la Torre Eiffél. La vista, ¡preciosa! Desde allí se divisaba la ciudad, los Campos Elíseos. El Sena, Notre-Dame...
La Torre Eiffél era impresionante, pero notaba una frialdad en sus hierros que no le agradaba. En París como en las demás grandes ciudades, todos caminaban de un lado a otro sin comunicarse. Tampoco tuvo la suerte de hacer amistad, y eso, le desanimó.
De nuevo emprendió vuelo. Esta vez aterrizó en Italia. Al menos, el clima le era más familiar. La gente tenía un lenguaje que le resultaba gracioso. Visitó Génova, Florencia, Venecia, Roma, El Vaticano. Desde el Obelisco de la plaza de San Pedro pudo ver la ciudad y admirar su belleza.
Se acercó hasta la fuente de Trevi. Le divertía ver a la gente echando monedas para conseguir un deseo. ¡Era curioso, no tenían el aspecto de necesitar nada! ¿O tal vez necesitaban un amigo al igual que él? Por si acaso, buscó una moneda por el suelo y la lanzó al agua.
Allí, como en las demás ciudades, nadie hablaba con nadie.
A pesar de haber recorrido ciudades y haber visto tantas cosas, Cuquín no estaba satisfecho. Él quería un amigo y no lo encontraba. Cansado de deambular por el mundo, regresó a su país. Antes de llegar a su hogar, visitó un lago precioso que había en un parque tranquilo. Se acercó a él y... ¡En el agua vio reflejada la imagen de un pájaro como él! Se retiró sorprendido. Temeroso de asustarle, muy sigiloso, volvió a asomarse ¡Qué alegría sintió Cuquín porque aún seguía allí!
Caminó alrededor del lago. De vez en cuando se asomaba para comprobar si el pájaro le seguía. Y sí, le seguía. Cuquín no cabía en si de gozo. Para probar si quería ser su amigo, Cuquín le propuso echar una carrera atravesando el lago. Como éste no le contestó, lo dio por aprobado. Y sin más, comenzó a volar. Cuquín miraba hacia el lago y veía con asombro como su amigo le seguía fiel. ¡Qué feliz se sintió porque llegaban los dos a la vez! ¡Eso quería decir que tenían las mismas fuerzas, la misma ilusión...! ¡Por fin había encontrado el amigo que buscaba: su misma imagen, su mismo pico, es más, le seguía a todas partes! Antes de marcharse, le prometió que todos los días lo visitaría. ¡Era tanta su alegría!
Al día siguiente Cuquín volvió al lago. Caminaba pensativo. Dudaba si el amigo del lago había sido un sueño, una ilusión o un deseo.
Cuquín, muy inteligente, al mirarse de nuevo en el agua, descubrió, que aquella imagen reflejada en el lago era su propia imagen, y eso no le gustó. No existía tal amigo. Se posó al borde del lago muy triste. Su sueño se desvanecía de nuevo. Una pajarilla, de plumaje verde y amarillo precioso, le observó. Como parecía tan triste se acercó a él. Le preguntó si quería ser su amigo y cruzar juntos el lago. Cuquín creyó estar soñando. Aceptó con mucho gusto, y atravesaron juntos el lago. Había conocido una amiga de verdad, le propuso recorrer el mundo. La pajarilla aceptó. Y unidos fueron muy felices.

Kety Morales Argudo
"Los Cuentos de la Abuela"