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15 ago 2007
UN DÍA EN TOULOUSE
Nunca me había visto en una situación similar. Pedir una cosa u otra, es algo normal cuando te entienden. Pero pedir algo por insignificante que sea, en un país extranjero sin saber su idioma, lo hace más difícil.
Todo ocurrió en mi estancia en Toulouse (Francia). Quería comprar ropa interior a mi hijo, al que fui a visitar.
Entré en uno de los grandes almacenes situados en la plaza Capitole. Elegí un gran almacén, a un comercio pequeño. En un gran almacén se compra mejor. Entras, miras, ojeas, te pruebas y si no te gusta te marchas sin más. Sin que nadie te atosigue tras de ti.
Es cierto que tiene el defecto de ser más “frío” que un establecimiento pequeño, dónde el trato es más directo y a veces más humano.
Mi marido conociéndome, prefirió dejarme sola. Entré, anduve por varias plantas husmeando todo. Me habían hablado tanto de la moda francesa, que sentía curiosidad por comprobarlo. Al ser un gran almacén, poco difería de el Corte Inglés de Madrid. Tanto en Madrid, Londres, París..., si quieres algo original, has de visitar una casa de moda, o, una boutique. Algo que no está al alcance de todos los bolsillos.
Por fin llegué a la planta de caballeros. Busqué y di con la sección ropa interior. Una dependienta desde lejos me observaba. Miré el stánd de calzoncillos. Cogía uno, soltaba otro, miraba su precio; al ser en francos, calculaba su precio en pesetas, más que nada por comparar su precio entre España y Francia.
Cuando por fin encuentro lo que quiero, por modelo y precio, no recuerdo con exactitud su talla. Últimamente, al estar independizado, es él, quien compra la ropa.
Normalmente no suelo acalorarme por nimiedades, pero empecé a sentir ese sudor antipático que nos entra a las mujeres. La dependienta al verme indecisa se acercó. Muy amable me preguntó qué deseaba, o, al menos eso creí, porque en realidad no entendí una palabra.
Traté de explicarle con mímica lo que buscaba; - un calzoncillo como el que tenía en la mano, - dije -, e intenté explicarle, que no me acordaba de la talla con exactitud. Ella sonreía sin entenderme, y las dos sonreíamos tontamente.
Tan a punto llegó un guarda-jurado de la edad aproximada de mi hijo. Desde una distancia prudencial nos observaba. Le miré, y vi que era más o menos de la complexión de mi hijo. Ni corta ni perezosa, le hice una seña. Se acercó. En su lenguaje, muy amable, dijo unas palabras que no entendí. Debió saludarme.
Ayudándome de la mímica, de nuevo repetí lo que quería. Le pedí por favor, me dijese la talla de su ropa interior. El joven se ruborizó, tal vez no esperaba una pregunta de esa índole, trató de disimular y me dijo: una XL.. Le di las gracias en español y en francés, ( pues era lo único que sabía chapurrear.
Una vez solucionado el problema de la talla, la dependienta busca y rebusca, pero no encuentra. Se marcha al almacén para comprobar si hay. Vuelve muy apurada, me comunica que no hay la talla de ese modelo. ¡Después de tantos sudores!
Cuando salí, mi marido se había fumado media cajetilla de cigarros, ¡echaba humo por las orejas!. Lo peor de todo ¡Salía sin comprar nada!
Al ver del humor que estaba, - no era para menos – no me molesté en comentar lo ocurrido.
Cruzamos la plaza Capitole,. Nos dirigimos hacia el puente “ St-Pierre” para alcanzar la plaza “St Ciprien”, pero con el enfado nos perdimos y fuimos a parar al puente “Des Catalans”. Gracias a ello, tuvimos la oportunidad de conocer uno de los parques emblemáticos de la ciudad. Cruzamos el puente, nos detuvimos para disfrutar de la belleza del río Garonne. Un barco paseaba a los turistas. Mi marido me propuso subir en él. Creo que lo hizo por fastidiarme, sabe muy bien que el agua me aterra, me gusta contemplarla desde una distancia prudencial, al igual que don Quijote y Sancho. soy de secano, y prefiero tierra firme.
Caminamos hasta alcanzar la plaza St Cyprien. En la puerta de un supermercado, un señor tocaba el acordeón “Los niños del Pireo”. Le di unas monedas, el señor me miró. Me contestó con un gesto y una sonrisa de agradecimiento.
Me emocioné, su música me trajo gratos recuerdos...
Mi marido me abrazó. Olvidamos el enfado, y caminamos por la ciudad.
Kety Morales Argudo
17–08-de 2001